Claro que la bajada tuvo algunos sinsabores. Bernardo y Alí venían con alforjas cargas de peso y algunas subidas se hicieron pesadas por el viento en contra. Pero la verdad que la etapa Cuevas-Uspallata fue lindísima con paisajes que uno nunca ve desde el auto, los colores, el silencio, la inmensidad, la vista infinita de la pre cordillera y la sensación de libertad de pedalear por ese enorme espacio natural. (Foto: Curva de la Soberanía)
Uno se siente chiquito, pero libre...más o menos como un mosquito, que en cualquier momento puede ser estampado en el frente de un enorme camión que viene tocando bocina desde Chile, sintiendo la misma libertad que nosotros, solo que el muy conchudo lo hace pisando el acelarador.
Hasta Uspallata todo fue muy piola y cumplimos el deseo de bajar esa ruta, que siempre subimos y sufrimos. Fue un tobogán que se nos hizo largo y los kilómetros comenzaron a sentirse. Hicimos una parada larga, comimos algo, despedimos a Bernardo y Alí que se quedaron haciendo noche en Uspallata para luego salir al otro día hasta Villavicencio.
El grupo ahora estaba consolidado, los cinco viajamos en línea cortando el viento, Lucas fue la máquina que tiró todo el viaje, Walter atrás, luego Raúl expresando sus gases, Ceferino que no cortaba el viento pero estaba y Guillermo que hacía de ojo de gato por el banderín y el chaleco refractario.
Sobre el final, el regalo de la luna en el lago Potrerillos y una nueva travesura cumplida al ver las luces de la petiza que fue a nuestro rescate.